Una mirada de tus ojos
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domingo, 19 de agosto de 2012
Bajo las ruedas
sábado, 11 de agosto de 2012
Estudio en escarlata (primera novela de Sherlock Holmes)
Si sabía un número de cosas fuera de lo común, ignoraba otras tantas de todo el mundo conocidas. De literatura contemporánea, filosofía y política, estaba casi completamente en ayunas. Cierta vez que saqué yo a colación el nombre de Tomás Carlyle, me preguntó, con la mayor inocencia, quién era aquél y lo que había hecho. Mi estupefacción llegó sin embargo a su cenit cuando descubrí por casualidad que ignoraba la teoría copernicana y la composición del sistema solar. El que un hombre civilizado desconociese en nuestro siglo XIX que la tierra gira en torno al sol, se me antojó un hecho tan extraordinario que apenas si podía darle crédito.
—Parece usted sorprendido —dijo sonriendo ante mi expresión de asombro—. Ahora que me ha puesto usted al corriente, haré lo posible por olvidarlo.
—¡Olvidarlo!
—Entiéndame —explicó—, considero que el cerebro de cada cual es como una pequeña pieza vacía que vamos amueblando con elementos de nuestra elección. Un necio echa mano de cuanto encuentra a su paso, de modo que el conocimiento que pudiera serle útil, o no encuentra cabida o, en el mejor de los casos, se halla tan revuelto con las demás cosas que resulta difícil dar con él. El operario hábil selecciona con sumo cuidado el contenido de ese vano disponible que es su cabeza. Sólo de herramientas útiles se compondrá su arsenal, pero éstas serán abundantes y estarán en perfecto estado. Constituye un grave error el suponer que las paredes de la pequeña habitación son elásticas o capaces de dilatarse indefinidamente. A partir de cierto punto, cada nuevo dato añadido desplaza necesariamente a otro que ya poseíamos. Resulta por tanto de inestimable importancia vigilar que los hechos inútiles no arrebaten espacio a los útiles.
—¡Sí, pero el sistema solar..! —protesté.
—¿Y qué se me da a mí el sistema solar? —interrumpió ya impacientado—: dice usted que giramos en torno al sol... Que lo hiciéramos alrededor de la luna no afectaría un ápice a cuanto soy o hago.
lunes, 23 de julio de 2012
Los demonios de Loudun
domingo, 15 de julio de 2012
La luna es una cruel amante
- Soy un anarquista racional.
- No conozco esa categoría. Anarquista individualista, anarquista comunista, anarquista cristiano, anarquista filosófico, sindicalista, libertario... todas esas las conozco. ¿Qué es anarquista racional?
- Es el que cree que conceptos tales como "estado", "sociedad" y "gobierno" no tienen existencia salvo como ejemplarización física en los actos de individuos autorresponsables. Cree que es imposible compartir el pecado, atribuir responsabilidades, ya que el pecado y la responsabilidad se producen en el interior de los seres humanos individualizados y en ninguna otra parte. Pero, siendo racional, sabe que no todos los individuos se atienen a sus principios, de modo que trata de vivir perfectamente en un mundo imperfecto... convencido de que su esfuerzo no será perfecto, pero sin dejarse desalentar por ese convencimiento.
- Profesor - dijo Wyoh -, sus palabras suenan bien pero hay algo resbaladizo en ellas. Demasiado poder en manos de individuos... Seguramente que a usted no le gustaría que las bombas H, por ejemplo, fueran controladas por una persona irresponsable.
- Yo creo que una persona es responsable. Siempre. Si existen las bombas H (y sabemos que existen), algún hombre las controla. En términos de moral, no existe lo que se llama "estado". Sólo hombres. Individuos. Cada uno de ellos responsable de sus propios actos.
jueves, 5 de julio de 2012
Los viajes de Tuf
martes, 26 de junio de 2012
Tierra en trance
viernes, 4 de mayo de 2012
Profundidad
lunes, 16 de abril de 2012
Línea
sábado, 7 de abril de 2012
Fragmento de 1984, de G. Orwell
martes, 3 de abril de 2012
Viajando
Estás ahí abajo, observando lo que te rodea. Se podría decir incluso que aquel habitáculo donde no existía la jerarquía del orden era más conocido como refugio. En el mismo lugar está el viejo reloj que ya no da hora, pero sigue seduciendo como el primer día al sentido visual. Recuerdas que andas buscando algo, pero el recuerdo es sólo a medias, pues la idea exacta del objeto (o no objeto) se ha perdido por el sumidero del olvido.
El sonido de la voz de alguien llega hasta tus oídos, abriéndose paso a través del silencio de la misma forma que un martillo abre hueco en una sólida pared.
- Sube aquí arriba, tenemos algo de qué hablar - con un tono femenino inquisitivo.
Cuán pesada puede llegar a ser la escalada de unos pocos escalones cuando el destino es tan doloroso. Pero no podía esquivar otra vez aquello, y debía hacer frente.
A menos de dos metros se encontraba la figura que portaba aquella voz de mujer. Su cara le era familiar, como era de esperar. Y esa vestimenta, de colores suaves le producía una convulsión. Una convulsión que le tentaba a apretar aquellas prendas y desear que explotase una bomba, haciendo desparramarse por el pasillo un arco iris que se pudiera tocar y oler. Pero sabía que eso era completamente imposible, al menos con ella.
- Llevo días observando tus erráticos movimientos, y francamente, me preocupa tu bienestar. Andas desposeido de toda gracia al andar, como si tus pisadas no produjeran alboroto a la tierra. ¿Qué ocurre? Yo sé que no estás bien, pero contéstame, necesito oírlo salir de ti. ¿Estás bien?
- No - dijo él -; No estoy bien.
- ¿Estás mal? Dímelo y yo te ayudaré.
- Tampoco, no estoy mal.
- Entonces, ¿qué se supone que te pasa? ¿Qué te ocurre? ¿Cómo estás?
- Simplemente, no estoy. Si bien en el sentido completo de la palabra estar si lo estoy, mi mente solo vuelve a descansar y a alimentarse para seguir viajando.
- ¿Viajando, a dónde?
- Hacía donde no haya nada, ni siquiera camino de vuelta. No me interesa este mundo, y ya he soportado bastante por algo que no me aporta nada. He visto cosas que no debería haber visto, y no he visto lo que debería haber visto. Me han llamado incluso hijo, pero yo siempre me he sentido huérfano. Ando torpemente con este cuerpo porque soy como un barco oxidado anclado a un puerto, pero ya hace mucho que los marineros no están en él. ¿Sabes por qué adoro el desorden? Porque allá a donde voy, el espacio es infinito y no hay necesidad alguna de preocuparse por el orden.