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martes, 3 de abril de 2012

Viajando

Estás ahí abajo, observando lo que te rodea. Se podría decir incluso que aquel habitáculo donde no existía la jerarquía del orden era más conocido como refugio. En el mismo lugar está el viejo reloj que ya no da hora, pero sigue seduciendo como el primer día al sentido visual. Recuerdas que andas buscando algo, pero el recuerdo es sólo a medias, pues la idea exacta del objeto (o no objeto) se ha perdido por el sumidero del olvido.

El sonido de la voz de alguien llega hasta tus oídos, abriéndose paso a través del silencio de la misma forma que un martillo abre hueco en una sólida pared.

- Sube aquí arriba, tenemos algo de qué hablar - con un tono femenino inquisitivo.

Cuán pesada puede llegar a ser la escalada de unos pocos escalones cuando el destino es tan doloroso. Pero no podía esquivar otra vez aquello, y debía hacer frente.

A menos de dos metros se encontraba la figura que portaba aquella voz de mujer. Su cara le era familiar, como era de esperar. Y esa vestimenta, de colores suaves le producía una convulsión. Una convulsión que le tentaba a apretar aquellas prendas y desear que explotase una bomba, haciendo desparramarse por el pasillo un arco iris que se pudiera tocar y oler. Pero sabía que eso era completamente imposible, al menos con ella.

- Llevo días observando tus erráticos movimientos, y francamente, me preocupa tu bienestar. Andas desposeido de toda gracia al andar, como si tus pisadas no produjeran alboroto a la tierra. ¿Qué ocurre? Yo sé que no estás bien, pero contéstame, necesito oírlo salir de ti. ¿Estás bien?

- No - dijo él -; No estoy bien.

- ¿Estás mal? Dímelo y yo te ayudaré.

- Tampoco, no estoy mal.

- Entonces, ¿qué se supone que te pasa? ¿Qué te ocurre? ¿Cómo estás?

- Simplemente, no estoy. Si bien en el sentido completo de la palabra estar si lo estoy, mi mente solo vuelve a descansar y a alimentarse para seguir viajando.

- ¿Viajando, a dónde?

- Hacía donde no haya nada, ni siquiera camino de vuelta. No me interesa este mundo, y ya he soportado bastante por algo que no me aporta nada. He visto cosas que no debería haber visto, y no he visto lo que debería haber visto. Me han llamado incluso hijo, pero yo siempre me he sentido huérfano. Ando torpemente con este cuerpo porque soy como un barco oxidado anclado a un puerto, pero ya hace mucho que los marineros no están en él. ¿Sabes por qué adoro el desorden? Porque allá a donde voy, el espacio es infinito y no hay necesidad alguna de preocuparse por el orden.

1 comentario:

  1. El orden se encuentra encerrado en nuestras fronteras... pero si hallas el infinito su esencia poco a poco se difuminará.

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